viernes, 12 de abril de 2013

Nuevos descubrimientos en Egipto


Hace 5.000 años que se escribieron y ahora han aparecido. Egipto es una fuente permanente de información y de placer para los historiadores. Hablamos que acaban de publicarse que ha aparecido los restos de un muelle portuario de hace unos 5000 años y en sus cercanía ha aparecido igualmente papiros con escritura jeroglífica. 
Y es que este descubrimiento adelanta en más de 1.000 años la existencia de un muelle. Al mismo llegaban barcos con sus bodegas repletas de bronce y otros minerales procedentes del Sinaí. Esto ha ocurrido en el Mar Rojo. Reinaba por aquel entonces el faraón Keops(2589-2566 a.C.), el segundo faraón de la IV dinastía y el hombre que ordenó levantar la majestuosa Gran Pirámide de Giza, el de la gran pirámide. 

En unas cuevas horadadas en la roca, las cuerdas de aquellos navíos, las anclas de piedra y varias decenas de papiros -los más antiguos hasta la fecha- dan fe del primer puerto de la historia, hallado por una misión franco-egipcia encabezada por el egiptólogo francés Pierre Tallet, autor de la Historia de la Cocina faraónica. El descubrimiento ha sido en el área de Wadi el Jarf, en el este de Egipto a 180 kilómetros al sur de la actual ciudad de Suez. 
Los últimos restos del puerto aparecen esparcidos por varios enclaves. La parte más visible -relata Tallet- reúne 30 galerías cavadas en la roca a unos 5 kilómetros de la orilla del mar y usadas para “almacenar barcos que eran desmontados después de las frecuentes expediciones al Sinaí”. Bloques de piedra, con el nombre de Keops escrito en tinta roja, cerraban unas cuevas que -sugiere el arqueólogo- no debieron conocer uso posterior.

De las entrañas de estas galerías, la misión ha recuperado -más de 4.500 años después- retazos de un fascinante legado: fragmentos de embarcaciones, cuerdas, pedazos de cerámica y una colección de papiros pertenecientes al último período del reinado del hijo de Snefru. Los jeroglíficos de las láminas, algunos del año 27 del reino de Keops y considerados los más antiguos hallados hasta la fecha, abren nuevas puertas para desentrañar el estilo de vida o los derechos y deberes de los habitantes del Antiguo Egipto. "Cerca de 10 papiros están bien conservados y el resto son cientos de fragmentos de diferentes tamaños", indica Tallet. 

"La mayoría son cuentas, lo que nos da información sobre la administración central bajo el reinado de Keops", señala el egiptólogo que también ha dirigido proyectos arqueológicos en otras orillas del Mar Rojo como el Sur del Sinaí y Ain Sujna (a unos 120 kilómetros al este de El Cairo). Los registros mensuales conservados en los papiros detallan -por ejemplo- el menú sin lujos (mayormente, a base de pan y cerveza) que se enviaba al lugar o el número de trabajadores implicados en las expediciones egipcias que zarpaban del puerto. 

Pero los legajos, que han sido trasladados al museo de Suez para su estudio, guardan otras pequeñas delicias para los seducidos por la inagotable civilización del Nilo. "Tenemos interesantes fragmentos del diario de un oficial del Imperio Antiguo, que relata sus jornadas. Uno de ellos demuestra que este hombre estuvo involucrado en la construcción de la Gran Pirámide de Keops y a cargo de llevar las piedras para la obra", esboza Tallet. 
Aparte del mundo oculto en los papiros, el puerto contaba con un muelle en forma de L al borde del mar. A sus pies, bajo el agua, el equipo de Tallet ha rescatado 25 anclas faraónicas y cerámica “exactamente igual a la hallada en la zona de las galerías y que data también de la IV dinastía”. A unos 200 metros de la orilla, un edificio alojaba otras 99 anclas. Algunas anclas cuentan con inscripciones jeroglíficas que probablemente dan nombre a los barcos.

jueves, 11 de abril de 2013

La maldición del faraón





Las películas y la literatura han transformado la realidad del Antiguo Egipto. El año pasado se celebró el 90 aniversario del descubrimiento de uno de los grandes tesoros de la antigüedad, y los tesoros nos invitan a soñar y a especular.

Una de las historias recurrentes en este sentido es la de la maldición del faraón. Esta maldición consiste en la creencia de que sobre cualquier persona que moleste a momia de un faraón del Antiguo Egipto cae una maldición por la que morirá en poco tiempo. Y lo cierto es que existía la creencia de que las tumbas de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o en sus alrededores, advirtiendo a aquellos que las leyeran para que no entrasen.

Pero sin lugar a dudas la historia que más ha dado lugar a esta “maldición” es la asociada al descubrimiento de la tumba de un faraón de poca relevancia histórica de la XVIII dinastía y que se le conoció con el nombre de Tutankamón.

Muchos autores niegan que hubiese una maldición escrita, pero otros aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara un ostracon de arcilla cuya inscripción decía: «La muerte golpeará a aquel que turbe el reposo del faraón». 
La tumba de Tutankamón de la dinastía XVIII permaneció oculta durante más de tres mil años. La tierra desplazada por la excavación de otras tumbas próximas provocó que cien años después del enterramiento de Tutankamón, el emplazamiento de su tumba o incluso la misma existencia del faraón habían sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastías XIX y XX incluso llegaron a construir algunas cabañas encima de la tumba sin sospechar de su existencia. Y así pasaron cientos de años, y miles de años.
Hasta que Egipto se convierte en un lugar atractivo para muchos arqueólogos que buscaban la gloria del pasado y su gloria personal. Uno de estos arqueólogos será Howard Carter quien descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. 

El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».




La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamón y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba, incluso pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida.



Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años.

Y entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba, lo cual es conocido popularmente como la Maldición del faraón.

En marzo de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito. La picadura produjo una herida que más tarde se infectó. La infección se fue extendiendo por todo el cuerpo. Una neumonía atacó mortalmente a Lord Carnarvon, que murió la noche del 4 de abril. Para aumentar más el poder de la leyenda se cuenta que a la misma hora de su muerte, el perro de Lord Carnarvon aulló y cayó fulminado en Londres. Más aún, cuando Lord Carnarvon murió, en el Cairo hubo un gran apagón que dejó a oscuras la ciudad. Poco más necesitó la prensa inglesa para airear las leyendas de la maldición de los faraones. Incluso algunos afirmaron que en un muro de las antecámaras estaba escrito: «la muerte vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón», aunque en realidad esta frase nunca apareciese en las detalladas notas de Carter y el muro fue derribado para entrar en la tumba.

Estas historias de maldición y muertes faraónicas fueron asumidas por grandes escritores como Sir Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, la escritora Marie Corelli o el arqueólogo Arthur Wiegall. Pero las cosas se complicaron. 
A la muerte de Lord Carnarvon siguieron varias más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Y un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Es decir que tras Carnarvon murieron otras seis personas más vinculadas con la tumba.

Al proceder a la autopsia de la momia se encontró que justo donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon, Tutankamón tenía una herida. Este hecho disparó aún más la imaginación de los periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes en la autopsia. En realidad, excepto el radiólogo, los demás miembros del equipo vivieron durante años sin problemas, incluido el médico principal. El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después. 
A principio de la década de los 30, los periódicos atribuían hasta treinta muertes a la maldición del faraón. La explicación más común a la maldición de los faraones es que fue una creación de la prensa sensacionalista de la época. Un estudio mostró que, de las 58 personas que estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamón fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce años.
 Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio Howard Carter, que murió en 1939. El médico que hizo la autopsia a la momia de Tutankamón vivió hasta los 75 años. Algunos han especulado con que un hongo mortal podría haber crecido en las tumbas cerradas y haber sido liberado cuando se abrieron al aire. Sir Arthur Conan Doyle fomentó esta idea y especuló con que el moho tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas para castigar a los ladrones de tumbas. 
Howard Carter, el principal «implicado», murió el 2 de marzo de 1939 a los 64 años, de muerte natural, 17 años después. Su frase preferida cuando le hablaban de la «maldición», era: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas.» Y añadía “Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos... Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas... “. Y ahora os toca a vosotros ¿creéis en la maldición o todo fue producto de la casualidad?

miércoles, 10 de abril de 2013

La escritura egipcia


La escritura del Antiguo Egipto es también conocida como jeroglífica. Los jeroglíficos fueron un sistema de escritura inventado por los antiguos egipcios y que se usará desde el 3.300 antes de Cristo (en la época predinástica) hasta el siglo IV. Coincidió su aparición con la escritura cuneiforme.

Los antiguos egipcios usaron tres tipos básicos de escritura: jeroglífica, hierática o solemne ( permitía a los escribas del Antiguo Egipto escribir de forma rápida, simplificando los jeroglíficos cuando lo hacían en papiros de cuestiones administrativas o religiosas) , y demótica; esta última corresponde al Periodo tardío de Egipto.


Es una escritura que evolucionó con el tiempo - como vemos arriba- , y que se caracteriza por el uso de signos y la clave para poder hoy transcribirla está en una pequeña lápida de basalto negro y forma irregular que fue hallada casualmente en julio de 1799 por el oficial francés Bouchard, durante la campaña egipcia de Napoleón esconde el secreto de los jeroglíficos del antiguo Egipto, y que contenía tres inscripciones del mismo texto, dos de las cuales aparecen en egipcio antiguo (jeroglífico y demótico) y una tercera en griego.

El nombre de esta piedra que en la actualidad está en el Museo Británico de Londres, pasará a la historia: la Piedra Rosetta.
La historia de su descubrimiento al igual que otros muchas historias sobre la antigüedad nos viene relatada en la obra: Dioses , tumbas y sabios escrita por el escritor alemán C. W. Ceram. Esa piedra cayó en manos de Jean -François Champollion, un traductor francés que estaba convencido de que la lengua copta, en la que se consideraba experto, era una derivación de la antigua lengua de los faraones. "Quiero saber el egipcio como el francés, -afirmaba-. El copto lo hablo yo solo, ya que nadie me entendería".

Durante años, en la tranquilidad de su casa de Grenoble, Champollion este lingüista que hablaba más de veinte idiomas estudió de forma incansable una de las cien copias de la piedra que mandara imprimir Napoleón. Comparando el texto demótico egipcio con el texto griego que tradujo al copto, esperaba encontrar no sólo su significado, sino también el valor fonético de las palabras y caracteres del antiguo egipcios. Años de laborioso y continuado esfuerzo, sin aparente fruto, terminan por alterar su salud y su bolsillo. Cuando más pesimismo se encontraba y temeroso de que otros investigadores se adelantaran y le robaran la gloria de encontrar el secreto de la extraña lengua egipcia: la clave de los jeroglíficos. 
Para aquellos días el británico Thomas Young se acercaba al secreto, pues veía el estrecho parentesco existente entre la denominada la escritura cursiva (una variante del demótico) y los jeroglíficos. Las conjeturas del profesor inglés serían pronto evidencias para Champollion. Al comparar las inscripciones entre sí, Champollion consiguió finalmente demostrar que la escritura cursiva es en realidad una mera simplificación de la jeroglífica. A su vez, los caracteres demóticos no eran sino la última degradación a la que, con el paso del tiempo, llegaron los signos originales. Acababa de descifrar la piedra. Era 1822, y había pasado 23 años después de ser descubierta la piedra.

La escritura jeroglífica egipcia, a pesar de lo que pudiera pensarse, se rige por principios claros y sencillos.  Eso sí se lectura no siempre está determinada. Para referirse a un nombre aparece cerrada en un cartucho.





Y , a veces, se empieza a leer de izquierda a derecha y otra, de derecha a izquierda, o de arriba a abajo.




Dos tipos básicos de signos componen este singular sistema, los ortográficos y los simbólicos o jeroglíficos propiamente dichos, también llamados ideogramas. Los primeros (que a su vez, pueden clasificarse según las épocas, en cursivos y demóticos) conforman un alfabeto de 24 letras, mientras que los segundos, los simbólicos o jeroglíficos, sobrepasan los 700, mientras que en la época greco-latina, su número aumentó a más de 6.000. Los símbolos figurativos representaban algo tangible, a menudo fácil de reconocer.

Y es que, para diseñar la escritura jeroglífica, los egipcios se inspiraron en su entorno: objetos de la vida cotidiana, animales, plantas, partes del cuerpo, etc. Los jeroglíficos se grababan en piedra y madera, o bien, en el caso de la escritura hierática (como la de abajo)  y demótica, con un cálamo o caña hueca, a modo de pincel, y tinta sobre papiros, ostraca o cerámica, o soportes menos perdurables.

El empleo de los jeroglíficos grabados se limitaba a los dominios en los que la estética o el valor mágico de las palabras adquirían relevancia: fórmulas de ofrendas, frescos funerarios, textos religiosos, inscripciones oficiales, etc. 
El Egiptólogo británico sir Alan Gardiner los catalogó en su aceptada "Gramática egipcia". Lo primero que debemos aprender es cómo interpretar el abecedario, según aparece en el cuadro de esta página.



Una vez conocidos los caracteres básicos que figuran en dicho cuadro, la mejor manera de familiarizarse con ellos es tratar de escribir nuestros propios nombres. Para ello introduciremos nuestro nombre en este conversor. La lógica dice que si el nombre escrito pertenece al género femenino deberá dibujar al final de su nombre una mujer sentada. Por el contrario, para indicar género masculino deberá dibujar un hombre sentado. Pero en estos conversores no siempre se produce automáticamente. 


En la escritura egipcia existen los ideogramas, símbolos que representan ideas y no expresiones ortográficas. Su función no es otra que la de transmitir una idea relacionada con el contexto en el que aparezcan dichos símbolos. Por ejemplo, el último que vemos en esta imagen es el ideograma llamado "La momia" que equivale a la expresión ortográfica wi que significa momia, y de twt que significa estatua. 
Hace referencia a la noción de forma, de cambio y de transformación. Este importante jeroglífico es relativamente tardío: no está fechado antes de la XII dinastía, aunque la práctica de la momificación es bastante anterior. La momia aparece de pie, estrechamente ceñida y cubierta con largas bandas de lino blanco. Lleva sobre la cabeza una máscara de cartón de estuco completada por una peluca y una barba postiza. Particularmente significativa es la similitud entre este jeroglífico y las estatuas funerarias llamadas ushebtis, que se depositaban en la tumba del difunto como una suerte de sustituto destinado a reemplazarle en todas las tareas desagradables del mas allá. Seguramente no hay nada que de forma más concreta pueda sugerirnos la idea de inmovilidad que una momia; sin embargo, para el egipcio de la antigüedad la momia representa un marcado concepto de cambio, de evolución y desarrollo en la larga cadena que representa la metamorfosis que todo ser, dios o mortal debe atravesar para alcanzar la perfección. Cada apariencia, cada aspecto de la realidad no son sino un momento transitorio que complementa el engranaje sin fin de un ciclo eterno.
No sólo se preocuparán los egipcios de la escritura, pues también utilizarán pictogramas para los cálculos matemáticos como vemos en esta imagen